Los Monstruos de David Lynch

Gabriela Galindo

Junio, 2020


Lo feo es un desorden que nos conduce irremediablemente hacia una connotación ética y moral que lo relaciona con el error y, peor aun, con el mal. Es la negación de la belleza y, por ende, de lo bueno y lo verdadero. Para Platón lo feo es la representación de la ausencia absoluta, en la medida en que lo bello se relaciona con el ser, lo feo es solamente pura privación, es el vacío, el no-ser. En tanto lo divino es "todo lo que es bello, bueno, verdadero… y lo que nutre y fortifica las alas del alma" (Platón, 2007: p. 266), lo feo entonces será todo lo que se opone a estas cualidades. Así, lo que no es bello es malo, es siniestro. Eugenio Trías sostiene, en su atinado ensayo Lo Bello y lo Siniestro que "lo siniestro constituye la condición y límite de lo bello" (Trías, 1982: p. 27). Según el filósofo español, lo siniestro nos remite a una revelación de aquello que debe permanecer oculto. Exponer lo que no debemos ver es una transgresión y una confrontación. Hacer público lo que debe ser privado (secreto) es siniestro, pero si se nos muestra de una forma "velada o diluida" nos puede llevar a una experiencia estética. Pero saber lo que es la fealdad es muy distinto a experimentar la fealdad, según Deleuze, el maestro de los monstruos es Fellini: "Fellini es el autor que supo crear las más prodigiosas galerías de monstruos: un travelling los recorre deteniéndose en uno o en otro pero siempre se los capta en presente, aves de presa perturbadas por la cámara y confluyendo por un instante en ella" (Deleuze, 1986: p. 126).


Pero los monstruos de David Lynch se salen de todo parámetro, los enanos, los deformes, los auténticos monstruos, intervienen en sus películas como personajes que se diluyen entre los demás, en ocasiones como personas comunes que pareciera que no se han identificado a sí mismos como adefesios, o tan reveladamente monstruosos que provocan pánico y terror, hasta los personajes que hacen de su deformidad un valor que sobrepasa a los demás y su monstruosidad los convierte en sujetos poderosos y casi omnipotentes.

 

Desde su primera película de larga duración, Eraserhead (1977), David Lynch utilizó la monstruosidad como esqueleto narrativo, en este caso, en una historia pesimista y terrorífica. Y no sólo me refiero a la criatura deforme que la novia de Henry, el personaje principal, dice haber parido, o la señorita de cachetes inflados que aparece cada vez que Henry mira intensamente el radiador. El propio Henry y su novia, que aparentan ser personas comunes y corrientes, y los padres de ella que no tienen deformidades físicas notorias, resultan estar tan torcidos de sus cabezas que no hay forma de no verlos como una especie de locos, dañados e irremediablemente condenados al sufrimiento. Pero lo feo no existe sin lo bello, y a Lynch le encantan las mujeres bellas; el contraste de estas deformidades lo vemos aquí representado por la extraña vecina, de una belleza exótica y sensual extraordinarias, con la que Henry va a tener una serie de encuentros que culminan en una apasionada relación sexual dentro de una tina llena de algo que parece ser leche, en medio de los llantos inconsolables de aquella criaturita acomodada como perrito envuelto encima de la cómoda.

La compleja serie de imágenes de este filme, se consolida con la mezcla de lo real con la fantasía y el sueño; viajes imaginarios que nos desbordan con exuberancias tales como la rubia de cachetes deformes, bailando sonriente con su vestidito pomposo, al tiempo que aplasta con el pie a unos animalejos con forma de espermatozoides gigantes. O los pequeños pollos que adquieren vida y excretan sustancias viscosas al momento en que Henry intenta cortar la diminuta pata.

 

El hijo es real, pero es monstruoso, la novia parece normal, pero una vez convertida en esposa y madre, sale huyendo despavorida. Todo es incomprensible, pero a la vez, aterradoramente posible.

 

Otro de sus famosos monstruos es, sin duda, El Hombre Elefante (1980), pero en este caso la historia es real y el monstruo es justamente lo opuesto a los personajes anormales que vimos en Eraserhead, o de algunos otros que desarrollará Lynch en su posterior carrera fílmica. La relación que John Merrick (el monstruo) establecerá con su protector, el Dr. Frederik Treves, me recuerda al personaje de Trouffaut que rescata del bosque a un niño abandonado en El pequeño Salvaje (1970) o bien a aquel que cuida y protege a Kaspar Hauser en la extraordinaria película de Herzog (1974). Lo similar de estas tres historias es que fueron realizadas a partir de casos reales, sin embargo, en el caso de Kaspar Hauser o la película de Trouffaut, se plantea el paradigma de la imposibilidad de recuperar la dignidad de un ser humano que ha sido abandonado y humillado injustamente. En cambio, en el filme de Lynch, Merrick se convierte en un noble caballero que es capaz de codearse con la alta sociedad, ir al teatro y recitar a Shakespeare de memoria. Esto, al parecer es pura ficción, porque resulta que el verdadero Merrick tenía el cráneo tan deforme que le era imposible hablar correctamente y pocos entendían lo que decía, a excepción de su protector que fungía de intérprete. Hay cierto sentimentalismo en esta película que, si no fuera porque David Lynch es el director, podría decir que llega hasta la cursilería. Pero quisiera pensar que todo ese romanticismo, es un intento de ironía que sutilmente Lynch deja entrever desde la primera escena donde vemos a la madre de Merrick aterrorizada frente a un elefante, sugiriendo que fue violada por tan tremendo animal.


Lo feo y monstruoso de John Merrick se convertirá en la redención de lo humano, de la bondad y la compasión, en tanto que la realidad malvada y perversa se esconde bajo la apariencia de lo bello y lo convencional de la sociedad de la más alta clase social. Esto me hace pensar en la tesis que sostiene Adorno en su Teoría Estética donde sugiere que lo feo revoluciona la estética tradicional, en tanto que, paradójicamente, lo bello, desproblematizado y pacificador, es en realidad falso e inmoral. El arte, nos dice el filósofo de la Escuela de Frankfurt, deberá recurrir a lo amorfo, a lo disonante y rechazado para ser capaz de profundizar, en esas manifestaciones deformadas y desfiguradas, una verdad dolorosa y socavar las ideologías dominantes que prevalecen en la sociedad adormilada y mediocre. Así, "el arte tiene que adoptar la causa de todo lo proscrito por feo, pero no para integrarlo, mitigarlo o reconciliarlo con su existencia mediante el humor (que es más repugnante que todo lo repugnante), sino para denunciar en lo feo al mundo que lo crea y reproduce a su imagen y semejanza" (Adorno, 2004: p. 72).


El arte brota del horror de lo real, de las heridas y el dolor que son, de hecho, la cotidianidad más común. Es el síntoma de la patología moderna, es el fruto de la violencia.

 

Si pienso en Lynch pienso en 'freaks', no solo en monstruos como el hijo de Henry o el Hombre Elefante, pienso en esos ‘weirdos’  que son otra cosa, algo extraño, gente rara, anormal; aparecen por todos lados, habitan a un lado de nuestra casa, nos “habitan” dentro de nuestra mente: el enano que baila y el gigante que advierte lo que está pasando en Twin Peaks, el temible sujeto misterioso de Lost Highway, la vecina que visita a Betty advirtiéndo peligro en Mulholland Drive, tan parecida a esa otra vecina que hace exactamente lo mismo con Nikki en Inland Empire.
Si pienso en Lynch pienso en jardines, sexo y violencia…
Si pienso en Lynch pienso en hombres perversos y mujeres bellísimas…
Si pienso en Lynch pienso en rojo, todo es rojo...
Si pienso en Lynch, a veces… me da miedo.

 

Les compartimos ambas películas que pueden ver directamente AQUÍ, en El Rizo Robado

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA
ADORNO, Th. W. (2004): Teoría Estética. España: Ed. Akal. Col. De bolsillo # 67.
BODEI, Remo. (1998) La forma de lo bello. España: Ed. Visor.
DELEUZE, Gilles. (1986): La imagen-Tiempo. Estudios sobre cine 2. España: Ed. Paidós.
LYNCH, David. [en línea] Personal Quotes. En: http://www.sheepproductions. com/tps/ people/lynch.htm [Consulta: 22 de mayo, 2004]
PLATÓN. (2007) "Fedro, o del amor". En Diálogos 1. México: Ed. Porrúa.
TRÍAS, Eugenio. (1982) Lo Bello y lo Siniestro. Barcelona: Ed. Ariel.

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