La mujer y el hombre descendieron del Mercedes negro, de inmediato di la orden de no disparar, Patricio por la cucaracha susurró:
―Qué te pasa hermano, este es el momento.
El sudor que recorrió mi cuerpo y las palpitaciones aceleradas, presagiaban un desastre. Mientras esto ocurría, observaba la renguera de la mujer envuelta en pieles.
Me desplacé hacia un lado, una bala me rozó la cara, estaba separado de Patricio unos 10 metro; por la cucaracha gritó:
―Reaccioná Juan, hay que actuar.
La hiel negra irrumpió sigilosa e implacable en mi boca, diciendo:
―Basta de este mundo de mierda, no te merece.
Me encolerizó darme cuenta lo equivocado que estuve, creía que sería diferente, que podría vivir, pensar y actuar, como los del otro lado del rio.
Me desmayé ante semejante sorpresa.
Cuando me vieron en el piso, Patricio se hizo cargo del operativo.
Era el tercero de cinco hermanos que la madre parió, sin tener noción del tiempo transcurrido entre preñez y preñez. De nombre le puso Juan, no pensó demasiado, no valía la pena detenerse en eso. Recibió atención mientras chupaba de su teta, porque eso no costaba dinero; luego lo cuidaron sus hermanos, que apenas despegaban del suelo, las vecinas prostitutas o cualquiera que tuviera un sentimiento de lástima por un pequeño. Daba igual.
Las trabajadoras sociales obligaron a Juan a asistir a la escuela. A regañadientes aprendió a leer, pero eso le hizo conocer un mundo que no sabía que existía y su cabeza tomó vuelo, tenía siete años. En poco tiempo lo atraparon las historietas, las películas policiales y de detectives.
Su niñez transcurrió sumergida en policiales que le ayudaban a mantenerse al margen de su dura realidad, ajeno a los tiroteos y enfrentamientos que se daban en la villa.
De pronto se veía de traje de lino blanco, mocasines sin medias, remera sin mangas, el saco arremangado, como Sonny Crokett.
Cuando caminaba por las estrechas calles de su barrio, jugaba imaginarse con traje azul ayudando a la gente, siendo respetado, esa era la diferencia que quería lograr.
Descubrió en la TV la serie de Eliot Ness y los intocables y vio la película. Se trasladaba a los años treinta, trataba de vivir dentro del personaje y creaba un sinfín de posibilidades de adaptarlo a su vida.
Consiguió un revólver similar a un Colt treinta y ocho, de plástico, que siempre llevaba encima, buscó un modelo de sobaquera para calzarlo y se la construyó. La usaba debajo del guardapolvo de la escuela; tal era su fantasía, que se veía atrapando ampones.
A pesar de que creció rodeado de rateros y prostitutas, en cuanto pudo pensar por sí mismo, su comprensión hizo que notara las diferencias entre la gente que lo rodeaba y los del otro lado del río, así llamaba él, a todo el que viviera fuera de la villa.
A los ocho años llenaba su cabecita de mejores situaciones de las que vivía a diario y en cómo ser diferente; sabía que afuera había más mundo, que el sórdido en el cual le había tocado nacer. De esa forma llegó a la conclusión de que ser un policía, sería lo mejor.
Se pasó la infancia fantaseando con ese sueño, ese era su único interés, en lo que deseaba convertirse, pero era difícil comentárselo a alguien, era suicida hacerlo, su familia estaba del lado opuesto. Se refugiaba en sus pensamientos, en su imaginación, caminaba por las calles del delito con su sombrero y revolver bajo el saco, se sentía poderoso e importante, se tornó una obsesión imaginarse como Starsky en su Torino rojo, Sony Crockett o Eliot Ness.
Quienes lo veían desde afuera, al principio creían que estaba loco, no comprendían sus juegos, pero con el tiempo se acostumbraron y dejaron de prestarle atención.
Su fantasía fue creciendo con la edad, a los diez años, ya sabía quiénes conformarían el grupo de sus intocables, pero un hecho marcó su vida para siempre.
Jugando al futbol Rodrigo, se quebró una pierna, debía cumplir con entregas de blanca y lo obligó a hacerlas. Se negó tajante, pero era su hermano mayor, le debía obediencia. De mala gana lo hizo, pero no tuvo los recaudos necesarios y la policía lo atrapó.
El juez de menores decidió que su casa no era un lugar sano y lo envió a un centro de menores, estaría peor que en la calle.
El abogado habló con el padre y las trabajadoras sociales hicieron lo suyo, convenciéndolo de enviarlo con algún familiar lejos de Buenos Aires.
Así fue como Juan se mudó a la humilde vivienda de su abuela Mariel, en un barrio de Berisso.
Ese traspié le brindó la posibilidad de salir de la villa. No había pensado hacerlo de esa forma, pero logró lo que quería.
Siempre recordaba una noche que escuchó a su padre planear fechorías y los consejos que daba al grupo reunido, entre los cuales estaban sus hermanos mayores. El sacaba para vivir gracias a ellos.
De ninguna manera volvería a ese poblado maldito, a las vergüenzas, al descaro, a la suciedad. Había logrado cruzar el río y no regresaría. Nunca más volvió a ver a su familia.
***
Poco conocía a su abuela materna, sólo la había visto una vez, lo recibió con agrado, aburrida de vivir sola, era viuda.
Juan terminó la primaria y entró en la secundaria, se reunía a hacer trabajos en grupo, escuchaba otras voces, observaba otras vidas. Todos hacían planes y proyectos sobre sus futuros. Él nunca hablaba de su pasado.
Trabajaba en todo lo que podía, para ayudar a la exigua economía de la casa.
El bien más preciado de Juan, era el televisor que compartía con su abuela y, como a ella también le gustaban mucho los policiales, miraban juntos.
Le contó a Mariel sus sueños, ella entendió que sería una buena forma de lograr algo en la vida y lo impulsó con todo lo que pudo; ocupó, y con creces, el lugar de su madre.
***
Entrar en la Escuela de Policía no le fue fácil, era costoso y no sólo económicamente, también por la exigencia física que estaba muy lejos de su vida sedentaria. Comenzó a correr por los campos, se preparó aparatos de gimnasia con trastos viejos de la casa. Pagar un gimnasio era un plus para una viuda pensionada. Tuvo que enfrentarse tres veces a las pruebas de aptitud física y tres veces lo echaron atrás por no dar la talla, pero quería ser policía y ser uno bueno como Eliot, destacarse, ser grande.
Con el título bajo el brazo y el grado de suboficial fue destinado a distintas ciudades y estando en Rosario comenzó a estudiar investigación.
Un verano fue destinado a la seccional IV de Mar del Plata. En los meses de vacaciones esa ciudad, es el paraíso de la diversión, pero también donde se produce gran concentración de rateros, oportunistas y es uno de los mayores corredores de drogas del país.
Le asignaron como compañero a Patricio, que tenía bastante experiencia en las calles, venía de Capital, así que, estaba bastante fogueado.
En el primer día de trabajo hubo un femicidio, tuvieron que ir a cubrir la detención del agresor, hacer el papeleo y poco más, pero el resto de la semana comenzaron a lidiar con un grupo vendedor de drogas.
Estaba organizado con menores en bicicletas para el reparto, había que saber desde dónde partían o quién los organizaba, no les interesaba atrapar a los niños, esa parte Juan la conocía de sobra y la tenía muy presente.
A los pocos días fueron anoticiados de que una red de prostitución se había instalado en la ciudad.
Era diciembre, aun Mar del Plata no estaba a pleno, pero se presentaba un verano muy caliente, y no por la temperatura.
***
Patricio y yo fuimos designados a descubrir la red de venta de drogas. Nos llevó casi un mes saber de dónde salían los chicos a repartir. En ese momento creímos necesario infiltrar a Moncho para que haga ese trabajo llegar más arriba en la pirámide.
Sabemos que el que vende no siempre es el que trafica, nos faltaba un peldaño más. Nuestro informante trataba de obtener datos de los chicos que habían comenzado antes en el reparto, pero poco sabían. Sólo se presentaban a retirar los ravioles y luego a traer el dinero, hasta que un día Moncho escuchó una conversación en el callejón, donde decían que había habido una pelea entre el "dueño" y Roque, el que los organizaba a ellos, y que quizá se les terminaba el trabajo
Moncho dejó pasar unos días y enfrentó a Roque preguntándole:
―Don Roque, ¿tendremos laburo todo el verano?
Un puñetazo en la mesa fue su tajante respuesta, seguido de:
―Quién carajos te crees que sos, pa´ preguntar eso.
―Nadie don Roque, pero escuché que los vagos decían que hubo una pelea con el dueño y el laburo lo necesito, porque mi novia está a punto de parir al crío.
―Ah serás padre ―y se quedó pensando― quizá te interese crecer aquí dentro.
―Sí, claro Don Roque, mande usté.
―Te haré un encargo en cuanto sepa más; llamáme en dos días desde un público como siempre, no agendes ese número en tu celular, ya lo sabés.
―Hecho.
Moncho, por primera vez fue el encargado de retirar el cargamento. Hasta ese momento todo estaba tranquilo y siguió así por un tiempo, la venta no daba problemas. Los ciclistas eran hábiles y rápidos, Roque se hacía con el efectivo en pocas horas, pero parece que se demoraba en enviarlo a destino, y por eso la pelea.
Cada vez que podía metía la nariz, un día supo que el "dueño", vendría a la ciudad y también vio que don Roque estaba furioso. Lo venían a controlar y eso lo disgustaba.
Moncho nos pasaba toda la información casi a diario, ese era un momento importante porque podríamos poner nuestras garras sobre el "dueño".
Nos avisó que sería en el reducto desde donde salían los ciclistas. Rodeamos el edificio con un cuerpo de asalto especial muy bien pertrechado.
Llegó un Mercedes negro, se acercó suave por la explanada, y dos coches más con guardaespaldas armados. Bajaron, rodearon el Mercedes, de él descendieron, una mujer y un tipo.
A la mujer en un primer momento, ni la tuve en cuenta, pues mis ojos quedaron pegados al tipo, era Rodrigo mi hermano.
De inmediato di la orden de no disparar, Patricio por la cucaracha susurró:
―Qué te pasa hermano, este es el momento.
El sudor que recorrió mi cuerpo y las palpitaciones aceleradas, presagiaban un desastre. Mientras esto ocurría, observaba la renguera de la mujer envuelta en pieles.
―Qué te pasa Juan, hay que actuar ―gritó Patricio por la cucaracha.
No entraba en mi comprensión lo que estaba viendo. Me desmayé.
Cuando me vieron en el piso, se hizo cargo Patricio de la redada.
Me enteré de lo ocurrido no bien volví a tener conciencia del lugar donde estaba.
Escuchaba repiquetear las ametralladoras de uno y otro bando, no podía reaccionar, no podía empuñar un arma contra ellos, quedé anulado, paralizado por la sorpresa. Una punzada en la garganta y otro en el estómago me impedían mover, el sudor me bañaba y el corazón sólo seguía en su lugar porque el chaleco le impedía salir.
La mujer, era Denni, mi hermana pequeña, más que por su cara, la renguera la descubrió ante mis ojos, y por su lenguaje corporal, parecía ser la que comandaba el grupo, el resto la seguía.
Habían pasado muchos años desde que me fui de la villa y no los había visto más, ni sabía nada de ellos.
Desde donde estaba veía tres guardaespaldas tirados, supuse que muertos, a mis compañeros los podía localizar por la balacera, pero no sabía de la suerte de Denni y Rodrigo.
Imaginaba mientras tanto la explicación que daría a mis superiores, no podía verme envuelto de nuevo en esa vida de la cual había logrado salir, sería una mancha en mi foja de servicio. La ira hizo presa de mí en ese momento, tanto sacrificio para nada. Logré moverme hacia adentro, un balazo rozó mi cara, pude sobrepasar el coche negro y entrar en el primer recinto, empuñaba mi arma martillada, pero muy dentro de mí, sabía que no la podría usar.
Vi a Denni tirada sangrando, me acerqué.
―Sos vos, hijo de puta ―escupió mientras se agarraba el abdomen baleado.
―Ya vienen ambulancias ―miré su herida bastante profunda, pero no mortal.
― ¿Por qué no me liquidás ahora? Así te ganas una medalla, garca. (1)
―No hables, quédate tranquila, ¿le dieron a Rodrigo? ―pregunté sin esperar respuesta.
Seguí avanzando por el piso, la sangre me cubría un ojo, me limpié con la manga, alcancé a ver detrás de un muro a uno de los nuestros, muerto. La balacera no cesaba, escuché la voz de Patricio:
―Entregáte, estás rodeado, de acá no salís vivo.
Seguí arrastrándome por un pasillo y cuando escuché ese tiro, supuse el final de Rodrigo.
En la seccional, tuve que contar la verdad; aunque sabía que era el fin de mi carrera, no podía ocultarlo.
Fui a visitar varias veces a Denni al hospital hasta que se recuperó y luego a la cárcel, pero siempre me rechazó.
Fui muy incrédulo, pensé que siendo policía tenía la vida resuelta, pero no se puede despegar de un ambiente corrupto y tener sentimientos, en especial, si has nacido en él.
Con 44 años, una carrera intachable y prometedora como investigador, me encontré sin nada, con el odio de mi familia y un hermano muerto sobre mis espaldas.
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