***
***
El asesinato es un elemento incómodo desde cualquier punto de vista. Si eres la víctima principalmente, ya que además de la evidente pérdida de la vida (hecho de por sí bastante engorroso) hay que añadir la falta total de poder de decisión en lo que respecta a la envoltura carnal. Es decir, después de haber sido acuchillado violentamente uno se encuentra con una camisa agujereada totalmente inservible, manchada rápidamente por la sangre que emana a borbotones (sangre que, sin ninguna duda, te pertenece y difícilmente recuperarás, siendo muy habitual que te entierren sin ella) y cayendo al suelo en una postura poco elegante y con el rictus estúpido de quien sabe qué, vas llegar tarde a la cita de las once. Y quédate todo el día así, viniendo uno tras otro el que encuentra el cadáver, unos cuantos curiosos morbosos, la policía, el forense, el juez, los vecinos, algún amigo que pasaba por allí, el casero reclamando el alquiler (pásese más tarde que ahora tengo visitas), etc.
El cadáver, incómodo en el suelo, totalmente indefenso ante los chiquillos que le tocan con un palito para asegurarse que está muerto, el amable ciudadano que mira en los bolsillos para ver si tiene alguna identificación y se queda con el dinero por las molestias, o el brutal asesino que no contento con haberle manchado la camisa, maltrata el cuerpo intentando ocultar el crimen.
Y después, el funeral y el entierro. En el velatorio hay una multitud de gente a la que le debe dinero, husmeando entre lágrimas a ver quién es el afortunado heredero de sus deudas, sus amigos sólo van para poder entrar en su casa y recuperar su preciado cortacésped, exprimidor o libro que creen haberle prestado; están todos excepto los amigos a los que él les prestó algo, no vaya a ser que alguien se lo reclame.
El asesinato es engorroso también para el asesino. La víctima no siempre quiere colaborar y hay que improvisar con nuevas herramientas y recursos para cumplir con el objetivo. Hacer esfuerzos y correr riesgos no calculados, incluso alternar en los papeles de asesino y ser asesinado. Además siempre está el métome-en-todo de turno que secundándose en que es policía, detective o el hijo de la víctima quiere echar luz sobre el asunto, cuando el asesinato, como todo el mundo sabe, es cosa de dos: víctima y asesino. Por todo ello lo mejor es preparar concienzudamente un plan de acción.
¡Para asesinar hay que ponerse a pensar!
Sólo si uno quiere aumentar las probabilidades de realizar la acción de forma segura y con los mínimos riesgos futuros. Y aquí entra toda una gama de decisiones dignas de un buen dolor de cabeza. La primera decisión, y la más sencilla, es la de la víctima. Si no se tiene a nadie en mente lo mejor es ir a un psiquiatra ya que, obviamente, nos encontramos ante un loco psicópata. El psiquiatra probablemente no pueda hacer nada, salvo recetar algunas pastillas, pero siempre es una víctima propicia para un loco (por aquello de la ironía).
Las siguientes decisiones, sin orden preferencial, suelen condicionarse una a la otra y son el lugar y el arma del crimen. Si el lugar del asesinato elegido es una casa aislada en el campo, una pistola es un arma apropiada, pero no así si es en un piso de apartamentos. Los vecinos, seres curiosos y entrometidos por naturaleza, no tardarían ni un segundo en presentarse en cuanto oyeran el clic del gatillo.
La última gran decisión es que hacer con el cadáver. En este punto lo más gentil sería preacordarlo con el muerto. Como no es muy saludable acercarse a alguien y decirle: "Mañana te voy a matar, ¿Qué quieres que haga con tu cadáver?" Lo mejor es mediante sutiles conversaciones, aparentemente vacuas, sobre crímenes morbosos aparecidos en las noticias: "¿Te has enterado de que han matado al Sr. Tal y ha aparecido así? Si ha mí me matasen me gustaría que me descuartizasen, ¿Y a ti que te gustaría que te hicieran?"
Una vez detallado el plan hay que ponerlo en práctica, con todos los imprevistos que surgen al aplicar las cosas a la vida real.
Y por último los detalles para el investigador del caso. Menuda pereza da ponerse a investigar un asesinato. Sangre y vísceras por todas partes que hay que evitar pisar para no mancharse los zapatos. Hablar con una multitud de testigos, vecinos, familiares y conocidos, solo para enterarte de todos los trapos sucios del muerto (que resulta que era un candidato ideal para cadáver). Horas y horas de interrogatorios para confirmar, a última hora, que ellos no estaban por allí y sólo querían charlar.
Después está el tema del asesino. Si lo vamos a capturar ¿Para qué se esconde? Lo suyo sería esperar una semana, sin hacer nada, y pasado ese tiempo, se presentase el sujeto en comisaría. Todo el mundo saldría ganando: los policías podrían tomarse la semana de descanso y el asesino podría prescindir del estrés del acoso; total, al final, se llegaría al mismo punto. Por lo expuesto anteriormente recomiendo no cometer ningún asesinato dadas las enormes molestias que ello ocasiona.
***
Del libro Micro relatos de un humor muy peculiar.
***
Entonces... ¿qué te pareció?
Comenta, sugiere, disiente... nos gustará mucho escuchar tu opinión.
Contacto