Federico Silva (1923-2022) fue un personaje sin par entre los artistas mexicanos. Último discípulo de David Alfaro Siqueiros, toda su vida conservó ese espíritu rebelde, contestatario, y devino un artista polifacético y excéntrico, en su creación pero también en su trayectoria de vida. Le gustaba tirar al arco y golpear pelotas de golf, y lo practicaba en una sección de La Estrella que adaptó a propósito. La Estrella es lo que fue una abandonada hacienda de textiles al norte de la ciudad de Tlaxcala que él adquirió hace muchos años y adaptó como residencia, con múltiples talleres y espacios de trabajo, sobre todo el de escultura monumental.
Aun antes de su muerte su nombre sonaba ya a leyenda. Su museo de escultura, está en la ciudad de San Luis Potosí. Debe ser arduo llegar a los 99 años con tanta energía, pero sin interlocutores, luego de perder colegas coetáneos y referencias con la historia y la actualidad; él, sin embargo, siguió creando su obra casi hasta el día de su deceso: se le celebraba con un homenaje justo esa tarde en el Palacio de Bellas Artes, se diría que les jugó una mala pasada a las autoridades e invitados especiales al dejarlos plantados porque decidió morirse unas horas antes del gran jolgorio —algo muy propio de su sentido del humor.
A Federico Silva se le reconoce en general por sus aportaciones en el Jardín Escultórico de la Universidad Nacional, en la Ciudad de México, y se le relaciona con su obra geometricista, en bidimensión y tridimensión: destacan sus esculturas en las que sintetiza figuras míticas del pasado prehispánico, como las series de Aluxes y de Chaneques, y la obra monumental, entre ella la que realizó en lugares de España.
Sin embargo, la inquietud creativa de Federico Silva dio obra asombrosa que en general se conoce poco, y que ojalá ahora se difunda más ampliamente. Fue, por ejemplo, pionero en México del arte cinético a principios de los setentas, de lo cual dio testimonio entonces una crucial exposición en el Museo de Arte Moderno: obra con proyecciones de luz sobre espejos y con mecanismos que procuraban movimiento, inmersa en el legado de la Bauhaus y las exploraciones de Moholy-Nagy, y paralela a la de otros artistas latinoamericanos con preocupaciones similares, como el argentino Julio Le Parc.
En los ochentas, Silva pintó nada menos que ¡5 mil metros cuadrados! de pintura mural: esto en la cueva que quedó del ducto para construir la presa de Huites, Sinaloa, ahora en el corazón del llamado territorio narco: una colorida maravilla impresionante que nunca nadie habrá de ver —ojalá me equivoque.
Y con el cambio de siglo, Federico Silva, de alrededor de 80 años, descubrió el arte en computadora, y en consecuencia postuló, con hondo espíritu siqueiriano: "¡Los jóvenes creen que el arte digital es su prerrogativa, pero yo les demostraré que se equivocan!" De este modo, a principios de siglo presentó en el Centro Multimedia del Centro Nacional de las Artes una exposición de gráfica digital por demás interesante, con una obra abstraccionista de ritmos cromáticos, con muchas vibraciones visuales.
Desde entonces pasaron 20 años –diríamos que en un suspiro, pero ¡qué vamos a saber! Durante ese tiempo Federico siguió creando su obra, filosofando acerca de lo que debería de ser, quejándose de lo pusilánime de la gente joven (o sea todas las personas menores de 80 años) y viviendo con esa satisfacción que lo acompañó creo que siempre de llevarle la contra a la vida. Hasta que se sentó en su sillón ese día para decidir que no acudiría a su homenaje y que nos dejaría a todo mundo con las ganas de celebrar su cumpleaños centenario.
Así fueron las cosas; de todos modos, ojalá que en septiembre de este año 2023 conmemoremos los cien años de Federico Silva, aunque él no acuda a la fiesta.
Museo Federico Silva
Álvaro Obregón 80. Centro histórico, San Luis potosí, 78000
http://www.museofedericosilva.org
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