Cuando se habla de filosofía, al menos en el mundo común de los que somos mortales, suele cometerse el garrafal error de pensarla, ya sea como una especie de manual de principios que van desde los pensamientos insufriblemente moralinos tipo Cohelo, hasta la típica declaración de una empresa o corporativo que se atreve a poner en su Brochure publicitario toda una sección titulada "Nuestra Filosofía" [sic]; o bien, se cree que la filosofía es ese territorio árido, incomprensible y que nadie sabe, bien a bien, para qué sirve.
En realidad, igual que el arte, la filosofía no sirve para nada más que para abrir y expandir nuestra capacidad de pensamiento y creación. Y sirva como ejemplo este ejercicio que tuvo como objetivo utilizar un sistema filosófico complejo, específicamente la dialéctica del amo y el esclavo propuesto por Hegel en su Fenomenología del Espíritu, como eje estructural para el análisis de tres películas cinematográficas clásicas, simplemente para mostrar que leer a Hegel nos sirve… hasta para entender el cine.
Primer Acto: El sirviente o ¿quién manda a quién?
El Sirviente, es una adaptación de Harold Pinter de una novela de Robin Maugham que, podríamos decir, es la caracterización perfecta de la relación amo/esclavo. Barret, un modesto y servil mayordomo solicita empleo en la casa de un indolente y pedante señorito de razonable clase pudiente. Barret de inmediato asume con rigor las labores asignadas: desde la remodelación y decoración de la nueva casa, hasta la organización de todas las tareas cotidianas de aseo y organización doméstica.
Poco a poco Barret comienza a asumir un rol de gran importancia en la vida del joven Mounset, quien gradualmente empieza a depender de él cada vez más. El sirviente se va adueñando del control de la casa y él lo sabe, pero también lo sabe Vera, la prometida del señorito, quien profesa, desde el inicio, un profundo desagrado y rechazo por el mayordomo, retándolo constantemente en la demostración de quién es el amo. Ella intencionalmente cambia algunos objetos del lugar asignado por el sirviente, simplemente como una manera de mostrar que el sometimiento es la parte fundamental de su función como sirviente. En la relación del yo del amo, con el yo del esclavo, sucede que el primero, desea que el otro se le someta y que lo reconozca como su superior, el deseo del esclavo es el mismo pero invertido, por lo que se produce un enfrentamiento donde ambas conciencias saben que están emprendiendo una lucha a muerte. Pero una de ellas es más débil y acabará sometiéndose a la primera por temor a su fuerza, al control que posee y por su propio miedo a la muerte.
Alexander Kojève, en su análisis sobre la filosofía de Hegel, nos dice que "el hombre es autoconciencia", sostiene que en el acto mismo de decir "Yo" el hombre se halla a sí mismo, por sí mismo, tomando conciencia de su realidad y de su dignidad humana. El "Yo" humano, es el "Yo" del Deseo, es decir, mediante su Deseo, es como el hombre se constituye y se revela así mismo y a los otros, como un "Yo". El deseo torna inquieto al hombre, impulsándolo a actuar en busca de la satisfacción del mismo.
El deseo de esclavo, es un deseo de "reconocimiento", es una conciencia débil que, por miedo a perder la vida (o análogamente su trabajo), cede en su necesidad de ser reconocida. Es el enfrentamiento de la conciencia que se constituye como esclava, frente al amo: ahí tenemos a Barret y Mounset.
La trama de la película va adquiriendo un toque de tensión que se dramatiza cuando el sirviente le solicita a su amo que contrate a una doncella que le ayude. El propio mayordomo hace traer a su supuesta hermana, una jovencita de apariencia ingenua e increíblemente sexy, quien atenderá las labores de limpieza de la casa. Ahora son dos los esclavos los que van a dirigir y manipular la situación, aprovechando las flaquezas y defectos del caballerito, para finalmente, invertir los papeles y convertir al amo en su marioneta.
Hegel afirma que en la relación de control y sometimiento hay un elemento que mueve irremediablemente hacia el cambio. El señor se sirve del siervo como si fuera su propio cuerpo para transformar la naturaleza, es decir, que su relación concreta con el mundo pasa por la mediación del trabajo del siervo y por su reconocimiento como amo. Mientras tanto, el trabajo del siervo lleva consigo un elemento humano que le abre el camino a su liberación. El trabajo, en la medida que crea un mundo cada vez más humanizado, contribuye a que éste se libere de los instintos y a reconocerse a sí mismo en un mundo que es su propio producto. En tanto que el amo acaba dependiendo del trabajo del esclavo de tal forma que, no le queda más remedio que someterse a la dependencia casi total que tiene con él.
Poco a poco nos damos cuenta que Barret y Susan no son hermanos, sino un par de perversos amantes que no se detendrán en su intento de apoderamiento. Ella 'casualmente' se queda a solas con el amo, quien, seducido por la belleza de la joven, acaba teniendo un affair de intensa pasión y desenfreno. Pero en lo que parecía un acto de aprovechamiento de su poder, es decir, el amo explotando a la esclava, vemos que detrás hay un maquiavélico plan del par de sirvientes para someter al amo en todos los terrenos. El joven Mounset se va deshumanizando, se mantiene permanentemente alcoholizado y su novia acaba por abandonarlo. Termina por convertirse en una cosa, dada su pasividad e inactividad, al que le es imposible existir sin sus esclavos.
Sin embargo, el desenlace no es lo que Hegel hubiese imaginado, en su concepción, el resultado de este proceso debería haber sido la emergencia del pensamiento que surge en la conciencia del siervo, a partir de la unión de sus dos elementos esenciales: el para sí de la autoconciencia y el en sí del objeto al que ha dado forma con su trabajo. En esta unión del en sí y el para sí, según Hegel, debería surgir la superación, donde el siervo cobra conciencia y recupera su libertad. "La autoconciencia, que es deseo, solo alcanza la verdad al encontrar otra autoconciencia viviente como ella".
Los tres momentos, el de las dos autoconciencias puestas en el elemento de la exterioridad y el de ese mismo elemento, el ser ahí de la vida, dan lugar a una dialéctica que lleva desde la lucha por el reconocimiento hasta la oposición del amo y el esclavo y desde ahí a la "libertad". Pero la realidad que se nos muestra en El Sirviente es que la negación del amo sostenida por la lucha con el esclavo, no siempre conduce a un estado superior. Barret no se libera, ni llega al saber absoluto y ninguno de los dos, ni amo ni esclavo, pueden desprenderse del otro. Decíamos que, según Hegel, la autoconciencia sólo alcanzará su satisfacción en tanto que ese objeto (el deseado) cumple en él mismo la negación. Pero lo que ocurre con la relación de Barret y Mounset es simplemente una inversión de roles, el sirviente acaba como un amo cosificado y explotador que, aprovechando la debilidad del que antes era el poderoso, exige el sometimiento de éste y su reconocimiento; dejando como desconsoladora conclusión, una eterna y perversa relación de dependencia que no gira en una espiral ascendente, sino en un infinito círculo de repetición del ciclo de explotación y sometimiento.
Segundo Acto: La gran comilona o la burguesía que come hasta morir
La Gran Comilona o La Grande Bouffe en su título original de Marco Ferreri, fue estrenada en el año de 1973. La trama de esta película parece no ser muy compleja, básicamente, son cuatro amigos que en la plenitud de sus vidas deciden pasar un fin de semana juntos y se encierran en una gran mansión. Al inicio del relato se muestra como una simple reunión de amigos que pasarán un fin de semana en una casa de campo pero, poco a poco, Ferreri nos va adentrando en un mundo de perversidad escatológica, sexo desmedido y gula incontenible; las conclusiones se extraen conforme pasa la película: los personajes, hartos de la vacuidad de su existencia, se han encerrado simplemente para comer… hasta morir.
Con el curso de los acontecimientos nos damos cuenta del mensaje real de la película, la extrapolación de un pensamiento de la izquierda de los años 70, que condenaba a la burguesía (los amos) a morir víctima de sus excesos.
Todo comienza con la primera cena, la comida y la bebida en exceso dan lugar a una particular orgía a partir de una calculada mezcla de gastronomía, sexo y escatología que se va a prolongar a lo largo de tres días para finalizar en la mañana del cuarto. Se mostrarán de manera explícita los deseos y aberraciones humanas, en un clima de lujuria y gula, donde las prostitutas y, sobre todo los manjares culinarios, son el arma de doble filo que provocará el desenlace fatal.
Cruda, directa y sin ningún tipo escrúpulos, Ferreri rueda lo que quiere en un ambiente de frenesí sin parangón y que encierra una clarísima alegoría del ensimismamiento de la sociedad burguesa, de la sinrazón de la vida y de la celebración del carpe diem más radical y primario. Pero ¿cómo relacionar esto con el pensamiento hegeliano? Empecemos por entender que Hegel percibió con profundidad las tareas políticas e ideológicas fundamentales que el Estado debía desempeñar en la nueva sociedad, tareas que no podían ser cumplidas ni por los mercados, ni por la sociedad civil. Había una lógica de inminente destrucción del capitalismo, basada en la potenciación de los apetitos individuales y del egoísmo maximizador de ganancias que llegarían a su fin.
Hegel supone la necesidad de un Estado fuerte para evitar que el capitalismo termine sacrificando, casi de manera suicida, a la sociedad misma en aras de la ganancia del capital. Para Hegel el Estado representaba la vía de superación y progreso, y en él se expresará la consolidación de naciente burguesía europea. Marx a su vez retoma la concepción de esta dialéctica y la lleva al siguiente nivel, creía fervientemente que esa burguesía conquistadora haría a su vez nacer a su propio sepulturero: los modernos proletarios. El esclavo acabaría por destruir al amo en el proceso de la dialéctica de la historia, como parte del proceso que marcó Hegel, donde los hechos históricos tienen un sentido de desarrollo lineal y cada desarrollo contiene las formas históricas anteriores.
En La Gran Comilona, a través de la comida, se manifiesta una dura crítica a la sociedad de consumo que estaba llegando a los peores niveles de exceso. El hartazgo de la Europa colonizadora, la gran crisis ideológica de signo nihilista y el propio agotamiento de las filosofías libertarias aparejadas al fenómeno hippie de los años 60. Hegel había expresado el triunfo de la burguesía que trae consigo un nuevo sujeto histórico que es el proletariado. Mismo que posteriormente será visualizado como el medio para la construcción del nuevo poder que surgía en la forma del burgués.
Morir de puro exceso es una constatación de nuestras limitaciones, pero al mismo tiempo la necesidad de satisfacción del placer (sexual, gastronómico, intelectual) es el leitmotiv que mueve a la clase burguesa. El deseo será tan grande y quedará tan insatisfecho que conducirá a los protagonistas a una especie de competencia hacia la muerte: el primer perdedor será Marcelo, el más ansioso, el mujeriego empedernido, el impaciente; luego cae el enamorado, Michel, en el que se adivina una pasión secreta por el primer caído; en tercer lugar, Ugo, el artista y, por último, el prisionero de los convencionalismos, Philip. De todos, solo una sobreviviente Andréa, una maestra excesiva, muy gorda y muy dispuesta a satisfacer los deseos sexuales de los cuatro hombres, que se unió al grupo y parecía disfrutar abiertamente con los excesos programados por sus compañeros, en una afirmación de que la felicidad presupone una buena dosis de instinto, pero que representa ese ente social al que le devienen las construcciones que él mismo formula, pero se conduce como víctima y victimario de sus propias pasiones.
Así, el propio orden de decesos marca una dialéctica en sí mismo, en la competencia ante la muerte se produce una ansiedad implacable: la angustia de la negación (cae el impaciente); el amor y el arte donde la autoconciencia busca el saber absoluto y ambos lucharán por encontrar un camino a la superación (caen el enamorado y el artista) y se establece una guerra en contra de lo establecido (cae el convencionalista) y de todos, sobrevive uno solo, que parece ser el único capaz de haber asimilado en sí mismo a todos los caídos (sobrevive la gorda).
Los personajes se van convirtiendo en símbolos de una sociedad que sólo aspira a la saciedad: La burguesía habrá de morir víctima de su propia gula. Su deseo la llevará compulsivamente a buscar la satisfacción a través de la comida, símbolo de la abundancia y del poder. Pero ese deseo es tan insaciable que los conducirá a la muerte.
Ferreri nos plantea de manera impecablemente irónica, el fatal destino de una clase condenada históricamente a la extinción. Los esclavos llevan a su mesa, silenciosa y casi de manera imperceptible, las exquisitas viandas y bebidas, en tanto los amos comen y comen; es patente entonces que la burguesía va a comer tanto que irremediablemente va a morir y como producto de esta muerte, se dará por fin paso a un nivel superior, donde amo y esclavo alcancen un nivel superior de autoconciencia. La autoconciencia es la negación de lo otro, la negación del mundo, el deseo (en este caso el deseo de comer sin parar) es el impulso a negar efectivamente lo otro, a apoderarse de lo otro. De esta manera la autoconciencia ha puesto para sí esta negación y cree por un instante que ha logrado llegar a la verdadera certeza de su ser (los que comen creen haber alcanzado el grado más alto de satisfacción de su placer), sin embargo, en realidad sólo es un momento transicional que será superado. "Pero en esta satisfacción la autoconciencia pasa por la experiencia de la independencia de su objeto. El deseo y la certeza de sí misma alcanzada en su satisfacción se ha obtenido mediante la superación de este otro; para que la superación sea, tiene que ser este otro".
La Gran Comilona representa a una burguesía, donde el deseo y certeza de sí misma debían haberse logrado mediante la superación de "lo otro", es decir que para que la certeza y el deseo se den, debe existir también un otro, pero un otro como un igual. Pues hay una diferencia entre la negación de sí y la anulación de lo otro. Al anular al otro, la autoconciencia estará imposibilitada de superar el objeto y está destinada a reproducirse a sí misma sin ninguna clase de avance. La utopía que se planteaba en esa década de los 70, se basaba en la idea de que la burguesía devendría en una clase superada por el proletario; habrá que preguntarse porqué el proletariado no ha enterrado aún a la burguesía y ésta parece seguir felizmente engordando y enriqueciéndose cada vez más.
Tercer Acto: Ese obscuro objeto del deseo o el deseo del deseo del otro
La genialidad de la dialéctica del amo y el esclavo es que manifiesta una estructura de relación que se despliega en todas y cada una de las relaciones del ser humano. Plantea el origen de la historia del hombre, el enfrentamiento de dos deseos, de dos conciencias deseantes que mantendrán una lucha de permanente confrontación. La conciencia es deseo, dice Hegel y la transforma en una conciencia deseante, que se expulsa y se arroja hacia afuera, hacia el otro. El concepto de deseo aparece como uno de los momentos del devenir, del movimiento del espíritu, es una de sus figuras, una forma, un grado, un modo de ser. El espíritu se va formando, se va conformando y mostrando; y cuando algo se muestra, se da a conocer, eso es un fenómeno, surge entonces un conflicto entre lo que aparece y lo que se oculta.
Ese oscuro objeto del deseo, producción magistral de Luis Buñuel,es justamente una muestra del deseo desenfrenado que intenta controlar y someter al prójimo en aras de una satisfacción que nunca llega. La historia comienza cuando, durante un trayecto por tren, el cincuentón y elegante Mathieu cuenta a sus compañeros de viaje los problemas amorosos que ha tenido con una bella muchacha española llamada Conchita. Basada en una muy libre adaptación de la novela La mujer y el pelele de Pierre Loüys, es la crónica de una obsesión amorosa, de una relación enfermiza y sadomasoquista.
Mathieu es un caballero de clase acomodada, Conchita una mujer del pueblo, que trabaja desesperada para mantener a su madre. Pero al momento en que ambos se encuentran, el que debería ser el amo, cae debilitado en un sometimiento casi humillante ante la belleza y poder seductivo de esta mujer. Conchita es apasionada e impulsiva y a la vez fría y calculadora, aspectos que pueden explicar la decisión de Buñuel de utilizar a dos actrices completamente diferentes para representar el mismo papel y que vamos a distinguir a lo largo de la película por los rasgos característicos de cada una (la española fogosa y voluptuosa, la otra francesa, delgadamente fría y calculadora). Ambas facetas de este personaje se van alternando en la representación de la muchacha, según la animosidad de la escena y, a veces, de forma un poco arbitraria.
El romance va a ser narrado por medio de los distintos encuentros de Mathieu con la chica. El primero de ellos ocurre cuando Mathieu visita a un amigo y ve por primera vez a Conchita que trabajaba en la casa como doncella. Él intenta seducirla, convencido de que cualquier mucama caerá sin resistencia ante el poder del amo, pero ella huye sin decir nada y abandona la mansión y su empleo. Matthieu, queda prendado de la misteriosa chica. En el segundo encuentro, Conchita, exuberante y apasionada, excita su deseo mostrándose complaciente con él, pero se las arregla para postergar la satisfacción del deseo. Este peligroso y cruel juego de seducción y rechazo hace que Mathieu se obsesione por Conchita con una pasión desenfrenada. Hegel afirma que el deseo, es el deseo de la otra conciencia —tal como el deseo de Mathieu por Conchita— es deseo de la intimidad, se desea a otra persona en su ser, en su relación consigo misma, desea apropiarse del deseo de ella: Mathieu desea que Conchita lo desee. Los deseos animales y humanos tienen una característica en común: son deseos de un valor. El valor supremo del deseo animal es la conservación de la vida; en el caso del deseo humano, es el deseo que desea un deseo. "En la relación entre el hombre y la mujer, por ejemplo, el Deseo es humano sólo si uno desea, no el cuerpo, sino el Deseo del otro; si se desea "poseer" o "asimilar" el Deseo en tanto Deseo —esto es, que desea ser "deseado" o "amado" o incluso "reconocido" en su valor humano y en su realidad como individuo".
La obsesión de Mathieu llega a extremos casi lamentables, su desesperación es incontrolable y en un arranque de total frustración intenta violar a Conchita, esta vez representada por la delgada actriz francesa. La sorpresa será que la chica guarda el secreto de su virginidad (o supuesta virginidad) atada bajo un calzón de castidad imposible de quitar. A esta situación le sigue el haber encontrado a Conchita bailando desnuda en un cabaret y la culminación del control que ella ejerce sobre él, se dará cuando, en un acto de total desafío, lo reta a observarla mientras hace el amor con un muchacho otorgándole todos los placeres que a él le han sido negados. Esto muestra lo que Sartre va a caracterizar como el conflicto en su sentido originario del ser-para-otro: "Mientras yo intento liberarme del dominio del prójimo, el prójimo intenta liberarse del mío; mientras procuro someter al prójimo, el prójimo procura someterme".
El total desencuentro del deseo debería replegar por completo al que ama y uno supondría que ante una situación así, cualquier persona con el más mínimo amor propio saldría huyendo. El deseo debe conducir al deseo, no a la humillación y vejación. Así Mathieu decidido a recuperar su dignidad la abandona, pero no por mucho tiempo. El último reencuentro parece ser la vuelta al principio, se ve a la pareja caminando de la mano por las calles de Madrid, él desesperado de amor, ella con la confianza de ser la que controla la situación.
"Sólo soy una autoconciencia si me hago reconocer por otra autoconciencia y reconozco a la otra de la misma manera", esto según Hegel, pero Conchita y Mathieu no pueden reconocerse uno al otro, es como si hubiesen quedado atrapados en el nivel más primario de la dependencia y se niegan ambos sin poder trascender, permaneciendo estancados como seres solamente vivientes. Llegamos a lo que Sartre advirtió con gran puntualidad: "El amo hegeliano es para el esclavo, lo que el amante quiere serlo para el amado. Pero aquí termina la analogía pues el amo, en Hegel, no exige unilateralmente y de modo implícito la libertad del esclavo, mientras que el amante exige ante todo la libertad del ser amado". En este sentido, vemos que ni Conchita ni Mathieu se permitieron ser libres ante el otro, quedaron dentro de un perverso círculo de poder, de forma que era imposible que su relación trascendiera del nivel primario de amo y esclavo.
Reflexiones Finales
Me parece que, de las tres películas, solamente en La Gran Comilona podemos vislumbrar un sentido lineal del proceso dialéctico como Hegel lo había previsto. La burguesía va a morir y se trascenderá a un estado superior en el que el abuso y la explotación hayan sido eliminados. Ferreri aún tenía esa esperanza, pero es dudoso que la gorda, la única sobreviviente, represente ese estado superior de trascendencia. De manera desconsoladoramente parecida, en las otras dos películas el proceso de negación del amo tampoco conduce a una superación, ni a un nivel superior de la conciencia.
La conclusión parece apuntar a que es imposible que se dé el reconocimiento si aquél que me reconoce no es más que un simple esclavo, no es una persona, no es un Otro-Yo que me dará el reconocimiento que deseo; de ahí que las conciencias serviles de los esclavos y el empoderamiento del amo, en lugar de trascender, caen en la más vil de las violencias, física y psicológica, dejando muy poco espacio para la visión idealista que Sartre tanto criticó de Hegel acusándolo de que había pecado de un gran optimismo epistemológico.
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