un salto hacia lo abstracto
Por Gabriela Galindo
«... una obra de arte no se trata de la reproducción de los entes singulares existentes,
sino al contrario, de la reproducción de la esencia general de las cosas.»
Martin Heidegger
2014 es, en la obra de Antonio Gritón, una fecha clave; es el año en que su propio oficio de pintor lo conduce a dar un salto conceptual determinante hacia el extraño mundo de la abstracción. Gritón ya nos había deslumbrado en repetidas ocasiones por su capacidad sensible para convertir los objetos del mundo en diálogos con lo inasible; desde la incorporación de plantas o mechones de lana cruda como parte de la pintura, hasta sus lecciones de náhuatl y sus colecciones de coloridos objetos, animales y bichos.
Pero algo sucedió de pronto, y casi podría decir que fui testigo de ello. En ese mismo año (el 2014), fui invitada a unas sesiones sabatinas de dibujo con modelo en el estudio de Antonio. Pero no sólo dibujábamos, parte del trabajo incluía que, él o la modelo, nos hablase de su vida, experiencias y sentimientos. Las sesiones fueron adquiriendo un carácter intenso y nuestros dibujos expresaban mucho más que un cuerpo desnudo.
Fue entonces cuando Gritón comienza a soltar el vuelo imaginario, sus figuras parecían manifestarse como si tuviesen voluntad propia y se desprendieron de su representación formal. En este proceso hacia la abstracción, Gritón convierte las líneas y los cuerpos en ríos de color y texturas de óleo desparramado. En estas piezas, la representación deja de ser una réplica de las percepciones y sensaciones que obtenemos del mundo exterior y se convierte en una colección de ideas amorfas que nos hacen transitar, ya sea por la desnudez luminosa del cuerpo femenino, la profundidad de la calma, el horizonte del caos y la linealidad de la luz y del color.
Sabemos que la pintura abstracta se define como aquellas obras que acentúan el color y desvían las formas hacia construcciones imaginarias a partir de la deformación, la deconstrucción o la reorganización de las ideas, dejando como resultado imágenes que se separan de la imitación o la reproducción de lo que vemos y percibimos. Kandinsky, el gran maestro y pionero del movimiento abstracto, decía que la forma, aun cuando sea completamente abstracta y se reduzca a una forma irregular o geométrica: posee en sí misma su sonido interno, es un ente espiritual con propiedades identificables a ella.
Así, las obras de Gritón, suenan y, en algunas de ellas, es desbordante y casi hipnótica la profundidad e intensidad que se escucha, obras donde la ausencia de la figura termina siendo la representación de la figura misma; casi es posible ver y escuchar a los pájaros, sentimos la tormenta y admiramos a la mujer desnuda que mira hacia el futuro. Estas obras, sin forma, crean una nueva realidad, alumbran con luces de colores espacios y tiempos que, pese a no guardar parecido con lo que es obvio, terminan por simbolizar emociones, ideas o situaciones en un permanente proceso de ruptura con la experiencia visual.
Me atrevo a decir que el arte es metafísicamente imposible de aprehenderse con conceptos, la abstracción, no sólo es la ausencia de figuras, sino que consiste en la reducción de lo figurativo a un grupo de criterios y a la reagrupación de ideas. Picasso decía que, lo que más le sorprendía, era que tanta gente tuviese la pretensión de comprender el arte. Y con ese mismo espíritu debemos acercarnos a esta muestra, pues tengo la impresión de que Antonio Gritón no tiene la intención de hacernos ver o entender la realidad, sino de crear un imaginario que no existe y conducirnos a una dimensión subjetiva que se manifiesta en su obra.
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