En 1985 se inauguró en la Sala Nacional del Palacio de Bellas Artes una exposición que se salió de los cánones comunes del arte en México. En aquel entonces, se daba por entendido que el arte era plástico y estaba dividido básicamente en pintura, escultura y grabado, de ahí el nombre oficial, que aun conserva, de la escuela La Esmeralda. La exposición se tituló "Mis caminos son terrestres" y contó con treinta piezas de textil armado, de grandes proporciones.
Para entonces el arte textil empezaba a colarse en el mundo del arte internacional, desde los años sesenta la incorporación de obras realizadas con las técnicas del gobelino francés y el uso de telares verticales, ya habían llamado la atención en tierras mexicanas, tanto que en el Festival Internacional de las Artes del Programa Cultural de la XIX Olimpiada en 1968 se incluyó una muestra de tapices polacos modernos, seleccionados por el Museo de Historia de las Industrias y las Artes Textiles de Lodz. Asimismo, ya eran notables figuras como el catalán Grau Garriga, pionero en el trabajo con el, aquel entonces nuevo, tapiz contemporáneo que se aventuraba a utilizar materiales y texturas nunca antes vistas.
Para la década de los 70 y gracias al entusiasmo y empuje del artista de origen francés Pedro Preux, se inauguró el Taller Nacional de Tapiz que él dirigió hasta mediados de los años ochenta, tiempo durante el cual funcionaría en el Ex Convento de la Merced, como dependencia directa del Instituto Nacional de Bellas Artes. Vendría luego un periodo de nomadismo, quedando el taller adscrito desde 1989 a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado "La Esmeralda", para finalmente terminar por cerrar definitivamente sus puertas en 1994 cuando dicha escuela se integra al proyecto del CENART (Centro Nacional de las Artes).
Todo este movimiento fue sin duda, gran influencia para la introducción de Marta Palau al arte de los textiles; después de su paso por La Esmeralda y una estancia en la ciudad de Tijuana que le permitió entrar en contacto con la obra de la artista estadounidense Sheila Hicks, quien tenía para entonces un taller de experimentación con obras textiles, Palau regresa a su natal España para incorporarse al taller de Grau Garriga.
A su regreso a México, Marta comienza a desplegar su potencia creativa, incorporando además elementos simbólicos representativos de la cultura mexicana, desde motivos y técnicas originales como el tejido de sarape, hasta materiales como la hoja de maíz, el cobre y el yute.
Marta Palau fue sin duda un espíritu incansable que marcó una pauta definitiva en toda una generación de artistas, además de haber introducido el trabajo textil a las filas del arte, ya no sólo como una manifestación de la cultura popular o una artesanía decorativa.
Y para recordarla con honores, compartimos un fragmento de un texto de Raquel Tibol, publicado en agosto de 1985 en la Revista de la Universidad, al respecto de aquella magna exhibición en Bellas Artes:
En la primera exposición importante de sus tapices, la celebrada en 1972 en el Centro de Arte Moderno de Guadalajara, Jalisco, Marta Palau demostró no sólo la asimilación de una compleja lección, sino que había encontrado un lenguaje apropiado a su temperamento. "El arte —dijo entonces— es intuición, es un ritual mágico en el que el resultado final es lo que cuenta, uno sólo es el medio, el intermediario". Tapices de formas irregulares habían sido tejidos por ella en lana, yute, henequén, algodón, fibras sintéticas, cuerdas de diverso tipo, más agregados de corcho, madera, vidrio, hebras de seda o metálicas. Como en la obra de su maestro y de gran parte del arte catalán contemporáneo, brutalidad y refinamiento se mezclaban para ofrecer objetos bellos de nuevo tipo.
En diciembre de 1973, en su segunda exposición en el Centro de Arte Moderno. demostró Marta que el camino encontrado la invitaba a avanzar de prisa y con audacia. Mostró trabajos en telar y fuera de telar. Unas piezas colgaban adheridas a los muros . otras pendían del techo como móviles calderianos, algunas más se asentaban en pedestales proclamando su condición de esculturas blandas o estructuras tejidas. Las composiciones mayores pendían del techo, se deslizaban por la pared y terminaban reptando por el suelo. Había comenzado a aparecer en sus trabajos el gusto por la materia virgen, por las cosas usadas y por lo excesivo: exceso en los tamaños, exceso en las texturas, exceso en lo insólito. Un impulso hacia lo tosco era frenado por un sentido artístico de sensualidad y refinamiento.
Con el nuevo tapiz el espacio se ve invadido y se crea el conflicto. La escala del conflicto es directamente proporcional a las dimensiones del objeto: a mayor volumen, mayor conflicto. Esto pudo constatarse cuando la exposición de Palau pasó de Guadalajara a la sala "Diego Rivera" del Palacio de Bellas Artes. Ahí la pieza titulada Ilerda, objeto blando pero no laxo, de más de cuatro metros de altura, no sólo imponía su presencia en el espacio sino que sensibilizaba todo el entorno. Esto hizo que Ballet Nacional se la solicitara para utilizarla como un móvil escenográfico. Otra pieza con impulso de saturación espacial fue el Homenaje a David Alfaro Siqueiros, trabajada tras la muerte del pintor en enero de 1974. De un yugo pendían fuertes hebras apenas enlazadas que se escurrían por cuatro metros de pared y piso, conformando un ambiente magro y trágico a un mismo tiempo.
En 1975 Marta Palau compuso Nova un colgante con cuerpo tejido en bulto que se continuaba en flecos interiores y exteriores. Esos últimos llegaban al piso y se arrastraban invadiendo un espacio mayor. De un extremo al otro esta pieza medía diez metros. Extremos de agresión y delicadeza , decorativismo y significación simbólica luchaban por preponderar en una misma estructura. La forma debía darse de manera que no clausurara el fluir de las emociones.
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En su exposición de 1978 en el Museo de Arte Moderno demostró Marta Palau cuánto había avanzado en la dimensión excesiva y en el uso renovado de anudados, cocidos. Trenzados, ovillados, armados , rellenos, así como en la mixtura de materiales. Con gran libertad pasaba de los formato s enormes a las dimensiones miniaturescas, conservando en todo momento el impacto sensorial, el desafío visual.
Cuando se le ofreció la Sala Nacional del Palacio de Bellas Artes para julio - septiembre de 1985, Marta Palau decidió concentrar toda su capacidad y su experiencia para expresar algo que fuera muy mexicano. Se propuso desechar cualquier elemento pintoresco y por medio de la materia plantear algo esencial, conceptualmente unitario. Parafraseando a Guinovart concibió un título: Mis caminos son terrestres, aunque el espectáculo textil armado con treinta piezas, la mayoría de ellas de grandes proporciones, no se refiere a la subjetividad de la propia artista sino a esencias muy reconocibles de lo mexicano: la cultura del maíz, las formas compactas de buena parte de la estatuaria antigua , darle concreción a la luz al convertirla en elemento penetrante de la forma palpable como en la arquitectura maya, la pervivencia de la organización tribal en grupos étnicos donde el bastón de mando designa la autoridad.
De los muchos materiales usados por Marta Palau en esta ambientación total, son las hojas de elote las que alcanzan máximo esplendor. Usadas cotidianamente para hacer tamales, han sido sometidas a procesos de teñido y amarrado para conseguir desafiantes texturas tan cálidas como impositivas. Pocas materias rinden semejante variación sensorial con los cambios cromáticos. La hoja de elote no dice lo mismo cuando está pintada de azul, de rojo, de ocre. Por la manera como han sido aglutinadas adquieren valor emblemático y una entrañable solemnidad. Esto lo percibe el público que ha respondido con infrecuente entusiasmo y una comprensión que legitima la propuesta: los caminos seguidos por la artista son de estas tierras
Fotos
https://museodemujeres.com/es/artistas/index/169-palau-marta
https://paradigmacultural.com/2022/08/15/marta-palau-y-su-obra-seran-referente-fundamental-en-el-arte-contemporaneo-de-mexico/
https://cartstage.wordpress.com/tag/marta-palau/
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