Reflexionar sobre el espacio compositivo para recuperar la memoria afectiva —el tiempo— del espacio que habitamos.
De forma intuitiva, casi involuntaria, una y otra vez buscar la estructura, la delimitación de ese espacio, de ese tiempo.
Descifrar cómo era el esqueleto de ese paraíso, el de la infancia que vivimos... o no articular nada, simplemente dejar ver aquello que al momento nos rodea, lo que nos sucede: una luz, un color, una línea, un movimiento.
En su rigidez, la forma ordena, constriñe y, en su escasa densidad, lava un sueño, sostiene un recuerdo.
En las formas que se van dibujando, descubrir símbolos, lo que evocan estas líneas de color continuas/discontinuas, estas fisuras. O, ¿podrían ser circuitos que articulan la memoria, tejidos que recuperan la historia?
La porción de espacio que enmarca nuestra existencia... ese sistema de formas que elegimos representar se convierte en un espacio mental-físico significante.
Tocar los muros, pasar las manos sobre esas piedras... hasta que queden adentro...
Del lugar que habitamos, la metáfora, el espacio-tiempo condensado, encapsulado, compar timentado...
La imagen configura y funda el espacio-tiempo que permite construir de nuevo un (el) universo. El dibujo, la pintura dan forma al armazón que nos sostiene y estructura, le da sentido al sinsentido.
Al Sur, un río conduce hacia una historia de barcos de vapor y sugiere una leyenda fundacional, un atisbo a la mitología familiar. El regreso al origen —dice Roger Caillois— busca encontrar las fisuras que hicieron posible el movimiento.
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