UNA MIRADA AL HERBARIO DE EMILY DICKINSON
Fue un día venturoso cuando supe que Maribel Portela estaba trabajando en una serie de dibujos realizados a partir del Herbario que, con amoroso cuidado de incipiente naturalista, había preparado Emily Dickinson. De inmediato noté que compartíamos un entusiasmo semejante por la poeta de Amherst, sobre la que he escrito un volumen de poemas: Cámara nupcial.
Sin conocer en persona a Maribel le escribí unas líneas. Ella tenía ya el propósito de publicar un libro con sus espléndidos dibujos y yo guardaba inéditos, en traducciones mías, dieciocho poemas de Dickinson que le ofrecí para complementar la edición. Luego de un veloz intercambio de correos, Maribel me propuso incluir también los diez poemas que componen la quinta sección de mi libro, "Invernadero", los cuales aluden a esa relación de gozo y profunda inti- midad que la poeta estableció durante toda su vida con los insectos, las flores y las plantas.
"Para hacer la pradera bastan trébol y abeja", escribió. Un ser humano, Emily, cuya discreción espiritual contrastaba vivamente con su capacidad de amar, que parecía no conocer límites.
El Herbario de Emily Dickinson se conserva en la biblioteca de libros raros de la Universidad de Harvard, contiene 424 especímenes de flores silvestres de la zona rural de Massachusetts, ordenados en 66 páginas con el sistema de clasificación de Linneo y los nombres de las plantas escritos en latín, con la menuda caligrafía de la poeta norteame- ricana. Se sabe que Emily comenzó a estudiar botánica a los nueve años y que desde entonces ayudaba a su madre en el cultivo del gran jardín doméstico. No resulta difícil pensar que una obra poética fundamental como lo suya habría echado raíces desde entonces.
Jorge Esquinca
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