Procesos entre la huella humana y la re-ocupación biótica
Hay ideas que necesitan pensarse largamente, a veces, requieren de años para que tomen su propia coherencia, ésta es una de ellas.
Siempre he sentido gran fascinación por los grabados de Fréderick Catherwood, como registros del estado en que el ser humano —euro civilizado— re-encontró la selva de Yucatán en el sur de México, luego de que sus espléndidas edificaciones fuesen abandonadas por los mayas; fenómeno que, aún hoy día, se desconoce el motivo, se atribuye a una combinación de factores políticos, medioambientales (sequías en los siglos IX y XI) y de subsistencia.
En estos grabados, sumamente detallados, también podemos hacer otra lectura que cobra mucha relevancia para el mundo en la actualidad, se trata de la recuperación de la propia naturaleza, toda vez que el ser humano se retira o abandona lugares en los que ha dejado su huella.
Esto pudo verse de manera temporal durante las primeras etapas de la pandemia de SARS COV-2 en la que, a falta de comprender el comportamiento del virus y no contando con medicamentos para contrarrestarlo, el mundo optó por encerrarse.
Mediante este abandono temporal, tuvimos la excepcional oportunidad de ver cómo la fauna retomó rápidamente las ciudades alrededor del mundo, al percibir la quietud en las calles vacías de gente, la ausencia del movimiento de vehículos y del ruido en general. Fue un acontecimiento singular que nos permitió vislumbrar cómo sería el mundo sin nosotros —en una primera fase— de ausencia humana.
Por su parte, para que la flora pudiese haber llevado a cabo una recuperación visible, se hubiera requerido de mucho más tiempo —posiblemente años— para alcanzar una transformación significativa de los espacios intervenidos por los seres humanos, permitiendo el paso y avance de la vegetación, así como se aprecia en los grabados de Catherwood.
La experiencia reciente del COVID 19, nos ha llevado, inevitablemente, a pensar en por qué suceden las pandemias. Son varios y diversos los factores: los viajes intensivos alrededor del mundo (sea por guerras, comercio o turismo), la falta de higiene en las granjas industriales de animales, el comercio indiscriminado y confinamiento de especies de animales en peligro de extinción, la deforestación intensa y la subsecuente pérdida de flora y fauna. Este es un tema que resulta escabroso porque toca de manera inevitable las fibras mismas del sistema del capital, exponiendo sus contradicciones intrínsecas y los daños que ocasiona a la biósfera.
Cada cierto tiempo, surgen pandemias en el mundo, a modo de procesos auto regulatorios que generan cambios obligados en las sociedades. Las pandemias más conocidas son: la peste de Justiniano durante el imperio bizantino; la viruela que mermó de manera considerable las poblaciones del nuevo mundo; más recientemente la gripe española, que despuntara durante los últimos meses de la primera guerra mundial; la gripe asiática a finales de los cincuentas; la gripe de Hong Kong, diez años después y el Virus de Inmunodeficiencia Adquirida VIH en los años 80´s del siglo pasado.[1]
El tema de recuperación de la naturaleza resulta para mí alentador, aunque no idílico. Luego de conocer los alcances y consecuencias del Antropoceno y dar cuenta de la capacidad de acción y reacción de los sistemas bióticos, resulta coherente que pensemos en ella como la dermis de la Tierra, una fina red que permite que prospere la vida y el planeta en su totalidad, como un sistema que posee inteligencia y capacidad de reacción, a escala global.[2]
En línea con la idea de una naturaleza que siempre encontrará maneras de reformularse ante la huella humana, he desarrollado un conjunto de piezas que conforma una obra, fundamentada en uno de los principales símbolos de la construcción del ser humano: los estribos, ese cuerpo óseo de acero que da sustentación a las columnas en las construcciones contemporáneas.
Rompiendo con su simetría usual y conformadas más bien de manera circular, estas estructuras de acero permitirán que plantas de la especie Ipomea retomen el espacio, apoderándose de la superficie de los círculos metálicos, de manera orgánica.
Siempre habrá una manera de regresar, 2022, es un medio para pensar, desde el arte, sobre la pugna histórica entre el ser humano y la naturaleza por apoderarse de los espacios y sobre las problemáticas que esto plantea en el proceso de subsistencia y búsqueda de equilibrios temporales de ambos. En ocasiones, estos eventos son muy notorios, como en el caso de los huracanes que contrarrestan el calentamiento de los océanos; en otros casos, son casi imperceptibles, como las pandemias, que provocan desaceleraciones, mermas y generan nuevos contrapesos.
La obra plantea un ejercicio que, también, pone a prueba la resiliencia vegetal y su capacidad para reocupar territorio en un entorno hostil como son las superficies de acero y que, a pesar de ello, se manifieste la vida.
Finalmente, es un modo de recordar que la permanencia invocada por los seres humanos a través de sus construcciones es, a fin de cuentas, efímera; y estas estructuras quedarán por siempre a merced de las fuerzas transformadoras de la naturaleza que pueden orillarnos a que las abandonemos.
Notas
2. Teoría de Adam Frank, David Grinspoon y Sarah Walker.
3. La pieza, Siempre habrá una manera de regresar, 2022. pertenece a la colección León-Pellat, en Arafura.
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