Lajas de cola de conejo Rojo

Gabriela Gutiérez Ovalle

Abril, 2020
Centro Cultural El Rule, 2018
Museo de Arte Contemporáneo de Querétaro, MACQ, 2019

 

La pieza surge, como suele suceder, por accidente a partir de la exploración dentro del taller. Al estar imprimando unas telas de lino (material que usaba por primera vez) para después montarlas en el bastidor, empecé a observar lo que le sucedía a la tela al entrar en contacto con una mezcla de cola de conejo y agua. En primer lugar, se volvía rígida y comenzaba a retorcerse, lo cual le daba connotaciones tridimensionales. Esto me hizo pensar en la idea de la piel, ya que en varias de mis obras, he explorado el tema de la epidermis como soporte conceptual y metafórico a partir de un elemento que concentre en sí mismo suficiente información para poder nombrar al cuerpo.; he utilizado cuero de vaca o pelo humano, por lo que, la experiencia, quedó inmediatamente asociada a estos materiales y consideré explorar más a fondo la tela como una metáfora del cuero o de la piel, usando la imprimatura tradicional orgánica que se extrae del cuero del conejo.

 

La imprimatura hace las veces de base a la vez que de impermeabilizante. Es la capa que queda en contacto con la pintura y, puede o no, tener un color determinado elegido a voluntad. La cola de conejo tiene la función de aislar el soporte a partir de una sucesión de capas donde la más interna es una mezcla de material orgánico que actúa como capa de sellado, para después ser cubierta por otros materiales de carga, como el yeso, el carbonato de calcio o el blanco de zinc para nivelar la superficie. Este procedimiento disminuye la capacidad de absorción de una superficie porosa.

 

 

Otra de mis exploraciones con la tela ha sido la alteración tonal de su superficie a través de montículos drapeados y expuestos a la intemperie con la intención de someterla a procesos de descomposición natural provocada por la humedad y el tiempo. Ello dio como resultado la formación de proliferaciones de colonias de hongos en el material. La evidencia material de este proceso inicial de invasión destructiva, paradójicamente vital, puede llevarnos a crear analogías, por ejemplo, con lo que le sucede a un cuerpo tomado por una enfermedad. Este proceso generó composiciones aleatorias, en muchos casos de patrones que, aunque no de manera exacta, tendían a la repetición, tal como sucede con las células en los procesos de mitosis. Además, se crearon gamas tonales de grises hasta óxidos rojizos, en ciertas zonas de la tela.

 

Al aplicar el pigmento con la cola sobre estas mantas, el pigmento trabajó de forma diferente debido a que la tela presentaba además minúsculas grietas en diferentes partes; marcas hechas o desarrolladas a partir de la descomposición a la que fue sometido el material. Eso aportó una narrativa más allá del color y el encolado, una historia “simulada” o “provocada” casi como si se tratara de un procedimiento científico en un laboratorio. Ya no era el callo o la marca de hierro encontrada en un cuero de vaca obtenido en la peletería, como cuando trabajé con este material en proyectos anteriores, sino una construcción de memoria orgánica provocada y, por ende, con una carga simbólica que abría relaciones de significado en varios sentidos.

 

 

Las mantas rojas, al ser colocadas en el espacio simulando un núcleo o bólido (como diría Oiticica) de energía orgánica y color, pretenden construir lugares metafóricos que puedan referirse indirectamente al ámbito social donde también se producen proliferaciones desordenadas de sobrepoblación y sus respectivos procesos destructivos y vitales al mismo tiempo. Al disponer la telas rojas suspendidas espacialmente en un orden lineal reticulado, el color se extendió más allá de su materialidad generando resonancias atmosféricas que viajaban de un soporte a otro.

 

Busqué indagar qué significantes surgían a partir de los pliegues, las configuraciones orgánicas, los  desprendimientos que se generaban en el material a manera de despojos que pudieran ampliar la experiencia involucrando aspectos identitarios como arrugas, huecos, señales, etc. 
Una de las ideas o posibles lecturas sería haber generado una simulación de fragmentos epidérmicos flotantes a la vez que un campo de color de resonancias y reverberaciones atmosféricas.

 

Para levantar la construcción de un lugar, elegí el color rojo como color unificador. Es un color que he integrado a mi investigación en proyectos anteriores y que en sí mismo conduce a múltiples acepciones y asociaciones. El color rojo puede expresar tanto dolor como violencia o vitalidad, puede representar una investidura de poder o ser la representación de un signo de alerta, un pedido de auxilio. Puede dar cobijo y llevarnos de regreso al recuerdo del útero materno.

 

La pieza intenta plantear espacios que pueden ser atrayentes y a la vez incómodos: El rojo como un color con un despliegue de energía vibratoria exaltada, vital, que nos alerta, y nos remite a una serie de asociaciones simbólicas y por otro lado a un ambiente mórbido, a un estado de descomposición. Esto, provoca restricciones en ciertos circuitos del mercado del arte, ya que lo mórbido está abiertamente expuesto y es perceptible, incluso a través del olfato  y esta sociedad se ha vuelto cada vez más ajena a los procesos de la enfermedad o de la degradación orgánica en general.

 

 

Desde el principio de mi práctica artística, cuando solo me dedicaba a la pintura, la entendía como un soporte corpóreo, como si estuviera dialogando con un cuerpo, generando relaciones entre elementos topográficos y geográficos de esa superficie a la que daba un valor equivalente al de la piel. La piel siendo  un elemento  que contenía la memoria y experiencia del ser humano: su historia y su topografía, como si una gran epidermis cubriera el gran cuerpo que es la tierra como soporte y estructura en la cual se desarrolla la vida, tanto humana como animal, vegetal y mineral. Desde este mismo principio, parte mi interés por el uso de pelo humano, ya que en ambos casos (piel-pelo), son materiales en los que se encuentra concentrado el ADN de una existencia completa en un fragmento corpóreo.

 

Por otro lado, quitar la tela del bastidor es como desvestir a la pintura, como quitarle una armadura y también descontextualizarla de los espacios comunes de circulación en el mercado. Este procedimiento están inspirado, en acciones como las del brasileño Helio Oiticica en la década de los sesentas y trabajos de artistas europeos que, desde los inicios del el siglo pasado, desdibujaron las fronteras formales tradicionales entre la pintura y la escultura para dar paso a exploraciones más lúdicas y transgresoras.

 

 

Otro de los temas conceptuales que me ha interesado tiene que ver con la idea del borde o la frontera, siendo la epidermis una frontera entre el interior y el exterior de un organismo; un organismo que dialoga con una organización mayor, generando intercambios y transformaciones. La espacialización de esta idea no solo hace que se genere una atmósfera donde haya un rebote de reflejos, tanto orgánicos como cromáticos y materiales, sino que ofrece la posibilidad de ser transitada y recorrida.

 

La obra de Piero Manzoni “Mierda de artista”, a pesar de que entró en el mercado del arte como mierda enlatada herméticamente sellada (era una idea y una sospecha del “producto” alojado en su interior) ha llegado a explotar debido a la expansión de los gases acumulados. Andrés Serrano con las fotografías de cadáveres pretende plantear y enfrentarnos a la aversión que nuestras sociedades asépticas tienen frente a la muerte.  Teresa Margolles ha utilizado restos y residuos corporales para denunciar el estado de violencia e impunidad en que vive nuestro país. Son artistas que tocan la frontera entre la vida y la muerte en sus diferentes acepciones.

En estos montajes parto de los marcos referenciales y las experiencias de éstos y otros artistas que me han incentivado la exploración en esta dirección. También doy continuidad a trabajos que he realizado anteriormente con el espacio; la idea de cascada o cortina que cuelga suspendida verticalmente de paredes o techos, generando estructuras envolventes a manera de cercos, la delimitación de espacios con tejidos de pelo humano, planteando fronteras infranqueables.

 

En este caso pretendo trabajar el espacio de forma distinta; arrancando con la idea de un espacio reticular como estructura básica; misma que, también he trabajado anteriormente, ya fuese perceptible o no. Es como trabajar sobre una geometría dibujada como un “render”, un soporte, a veces invisible, que va organizando espacialmente estos pendones o “lajas verticales” que alteran los órdenes espaciales e incorporan los demás elementos para plantear distintas estructuras y significantes.

 

 

Sobre la artista

Gabriela Gutiérrez Ovalle (México, 1961) es artista plástica y visual. Su principal línea de trabajo se ha desarrollado en la pintura abstracta, y además de utilizar los soportes tradicionales, también ha incursionado en la instalación y la escultura utilizando materiales no convencionales. Ha realizado instalaciones sonoras y video-instalaciones. Le interesa conectar procesos de investigación al interior de su taller con la realidad.​ Construye estructuras conceptuales alrededor de las nociones de límite, imposibilidad, frontera, delimitación y cerco, mismas que aborda como mecanismos que establecen relaciones de control y opresión sobre los individuos, a partir de las estrategias y formas de pensamiento con las que opera el sistema capitalista neoliberal. Becaria del FONCA (1992-1993); y del Sistema Nacional de Creadores en México (2005-2008; 2010-2013; 2014-2016).
Ha tenido más de veinte exposiciones individuales y son más de 30 las exposiciones colectivas en las que ha participado, tanto a nivel nacional como internacional. (Wikipedia)

 

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